Dice Osho que un truco para no estar enfadado es estar triste, y viceversa. “Si estás triste no puedes estar enfadado”. No sé si buscar otra emoción negativa es lo mejor, pero está claro que entre ambas emociones hay una clara conexión, como si fueran los extremos de un balancín.
Muchos hombres
tienen dificultad para reconocer que están tristes, y lo manifiestan con
enfado, mientras que muchas mujeres tienen dificultad para enfadarse, y cuando
algo les irrita se sienten desgraciadas y lloran.
Mientras que
el enfado está socialmente aceptado, pues es una expresión de nuestra
autoestima, de la defensa de nuestros derechos,
y nos da fuerza para obtener lo que deseamos, la tristeza es un signo de
debilidad, se asocia con el pusilánime, y
tratamos de disimularla.
Si alguien
nos confiesa su tristeza solemos
ayudarle a ver la situación desde otro punto de vista, o a quitarle importancia
o peso a la razón de su tristeza, sin
embargo, cuando alguien nos cuenta su enfado solemos darle la razón, apoyarle,
reafirmarle, y no solemos correr el riesgo de cuestionar el enfado si no
tenemos mucha confianza, porque podría ser interpretado como una crítica o una
amenaza.
Pero aceptar
la tristeza también nos puede ser útil. Si el enfado tiene la función de darnos
poder frente a un conflicto, la tristeza tiene la función de hacernos
conscientes de nuestras escalas de valores. (Tanto me entristezco con la
pérdida, tanto valoro la tenencia).
Aceptar nuestras emociones tal como son,
entenderlas como parte integrante de nosotros mismos, forma parte de nuestro
particular proceso de aceptación. Yo soy yo, y mis emociones.
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