miércoles, 31 de julio de 2013

Maquillaje para el recuerdo

Según  estudios sobre la memoria, (Martin Conwell), muchos de nuestros recuerdos no son reales, están tergiversados o simplemente inventados a partir de algo que hemos visto, oído, o  de experiencias ajenas que nos han contado.

El caso es que da igual, porque reales o no, esos recuerdos están ahí, formando parte de nuestra identidad, de quien creemos que somos.

Esto nos da pié para sentirnos más libres a la hora de seleccionar cuáles de nuestros recuerdos queremos potenciar y cuáles queremos “maquillar”, o como decimos en programación neurolingüística, “redecorar”.

Sabemos que modificando la percepción de un recuerdo (modificando algo tan insustancial como nuestra posición relativa respecto a otra persona, el sonido de fondo de la situación o eliminando el color de la imagen y dejándola en blanco y negro), las emociones ligadas a esos recuerdos también varían, se intensifican o debilitan en función de cuáles hayan sido las modificaciones. Esto tiene una consecuencia inmediata a la hora de rebajar el nivel de sufrimiento en los recuerdos dolorosos, pero también tiene importantes consecuencias en nuestros comportamientos futuros, pues como decía,  nuestra identidad está formada entre otras cosas por  nuestros recuerdos.

Mediante el trabajo con los recuerdos somos capaces de predisponernos a un futuro mejor, elegido, consciente, no limitado por automatismos que proceden del pasado.

martes, 23 de julio de 2013

¿Por qué hablar de nosotros mismos nos hace sentir bien?



Un estudio realizado en la Universidad de Harvard  en 2012 (Diana Tamir y Jason Mitchell), consistente en 5 tipos de pruebas con 195 personas, revela que cuando hablamos de nosotros mismos, se activan en nuestro cerebro las mismas áreas del sistema de recompensa del cerebro que se activan con estímulos tales como el sexo, las adicciones y la buena comida, donde la dopamina es el neurotransmisor predominante. 
Un 30-40% de las conversaciones tienen como tema principal nuestra  propia vida, y si la comunicación es a través de redes sociales, la cifra se eleva a 80%.
En el estudio,  para conocer si había una base neurológica que explicara esto, los participantes se sometieron a pruebas de resonancia magnética funcional (IRMf) mientras contestaban cuestionarios con preguntas sobre ellos mismos o sobre otros temas, y se observó qué zonas del cerebro son las que trabajan en los momentos en los que hablamos de nosotros mismos.
Se comprobó que hay tres zonas en las que se produce actividad, la corteza prefontral, el núcleo Accumbens y y el área tegmental ventral (VTA). Curiosamente estas dos últimas, que forman parte  de la Vía Mesolímbica, están relacionadas con el sistema de recompensa del cerebro y  las sensaciones placenteras.

Al parecer, la activación se producía en mayor medida precisamente hablando de uno mismo o de las propias opiniones, que de las opiniones de los demás.
En otro estudio, se comparó el nivel de activación de estas zonas cerebrales en los casos en los que las informaciones reveladas por los participantes  eran leídas o escuchadas por un amigo  (que también participaba en el experimento), o quedaban totalmente en privado, y se comprobó que la gratificación obtenida a nivel cerebral también era mayor en el caso de saber que sus respuestas eran  comunicadas a alguien.  

Así que no es de extrañar que encontremos tranquilizador y agradable compartir nuestros pensamientos con otras personas, y quizá también podría explicar por qué las personas que saben escuchar son socialmente  tan apreciadas por ello.

Para leer el http://wjh.harvard.edu/~dtamir/Tamir-PNAS-2012.pdf