viernes, 6 de septiembre de 2013

Ver la vida con ojos de turista


Recientemente me he acordado de la propuesta que nos hicimos mi amiga Mayte M. y yo hace muchos años una tarde  en París, último día de nuestras vacaciones, sentadas en el suelo de un parque apoyadas en nuestras mochilas como respaldo, sin más hacer que ver la gente pasar, sin mas dinero que 50 pesetas que no podíamos cambiar a francos por ser demasiado poco. Teníamos pan, queso y 2 manzanas en la mochila para cenar, y el albergue ya pagado. No necesitábamos más, y disfrutamos de cada segundo que estuvimos allí, observando el pasear de la gente, escuchando retazos de conversaciones que pasaban a nuestro lado, oliendo la mezcla de olores de las flores y el aligustre de los parterres con el polvo del suelo de terrizo



Es ese momento, constatamos lo bien que nos sentíamos, y lamentamos que no fuera posible extrapolar esa despreocupación, esa forma de estar a lo cotidiano, a nuestro día a día en Madrid. Nos propusimos intentarlo, pasear por nuestra ciudad con nuevos ojos, con la curiosidad del desconocimiento, con la intención de descubrir tesoros, la cámara colgada al cuello, dispuestas a aceptar todo lo sorprendente y especial que nos vamos encontrando, y con la parsimonia de “tenerlo todo hecho”, como si nuestra única función en la vida fuera la de simplemente “estar”, cambiándola al menos durante unas horas por la de “hacer”.

Supongo que no hará falta que diga que nunca lo hicimos, pero sigo creyendo que es un buen ejercicio,  y para mí, cada vez más difícil de poner en práctica.