Dice
Nietszche “Quien tiene un porqué para
vivir, encontrará casi siempre el cómo”.
Tener un
objetivo, una ilusión, o un proyecto, es el motor para vivir. Sin una motivación la vida no tiene sentido,
pero a veces sufrimos el espejismo de creer que nuestra vida agitada, nuestras
prisas, y nuestra autoexigencia son nuestra motivación, y alimentamos el estrés
como una forma de sentirnos vivos, valiosos, y necesarios.
Si nos
permitimos abrir la mirada, tomar perspectiva de nuestra vida, mirando hacia el
pasado y hacia el futuro, quizá podamos darnos cuenta de que más allá de
nuestros pequeños éxitos y nuestras pequeñas miserias hay un porqué para cada
uno de nosotros, hay una auténtica motivación que en algún momento se quedó
enterrada entre obligaciones y prohibiciones, juicios sociales o familiares,
miedos e inseguridades.
Citando a
Séneca diré que “no hay viento favorable
para el que no sabe dónde va”.
Quizá merezca
la pena esa mirada amplia, si ello nos permite
identificar nuestro puerto de destino: qué papel queremos tener en este mundo, y de qué manera queremos desempeñarlo.